La excursión fue catorce años antes de la compra de Manuel Girona de la baronía del Eramprunyà y, con ella, del castillo de Castelldefels. También fue unos pocos años antes del famoso, en la época, crimen de Castelldefels. Y unos cuarenta años antes de que la playa de la ciudad empezara a ser un lugar de éxito, frecuentado por miles de personas de toda la comarca y del barcelonés.
Era un lugar triste en aquel momento, en cualquier caso, a ojos de Enric Masriera, que la visitó una tarde a finales de noviembre, en una excursión con meta en el castillo, acompañado por otras personas. Su relato fue recogido en 1885 en las Memorias de la Associació Catalanista d'Excursions Científiques, páginas 218 a 230, cuya lectura de las mismas acredita y permite valorar mejor la enorme labor posterior realizada por Pompeu Fabra en favor del establecimiento de la actual normativa de la lengua catalana.
Empieza hablando de esa tristeza y termina con la misma.
Enric y sus compañeros de viaje, llegaron quizás en tren. La estación de tren se había inaugurado el 29 de diciembre de 1881. No hacía ni dos años.
Lo primero que le sorprende a Masriera es la gran cantidad y buen aspecto de las muchas torres que se encuentran en Castelldefels, lo que aún hoy debería ser motivo de asombro para la gente de la ciudad que vivimos en ella. Se entretiene él y el grupo que visita el pueblo algo más en las torres de Gabriel Folcher y de Climent Savall, pero también se acercan a la de Cal Moliner, seguramente a la d'Antoni y probablemente también a las de Can Gomar y Can roca de Baix. El tamaño y aspecto de la Torre Barona, a distancia, les impresiona.
El castillo no le entusiasma estéticamente. Sus edificios parecen puestos por capricho, sin atender a criterios relacionados con el buen gusto arquitectónico. Estaba en muy mal estado.
Con el resto de excursionistas se acerca al mismo, sube por uno de los dos caminos que trepaban hacia él (uno daba a la rectoría y el otro a las diferentes escalinatas que llegaban hasta el patio de la iglesia, con su cementerio, y con la iglesia románica). Habla del barrio de la iglesia del castillo poco antes de llegar a este. Seguramente debían vivir en el entorno del castillo familiares de los masoveros y quizás algún trabajador.
Al llegar, presencian un oficio funerario de un bebé recién nacido en el crepúsculo, durante la puesta de Sol, lo cual nos permite entender que debía ser hacia las 17,30 h (hora solar y oficial en aquel momento). Desde el castillo ven el Garraf, y los estanques entre el pueblo y el mar, a los que describe como nidos de fiebre, pero que reflejaban como la plata. La hora, el entierro, la vieja iglesia... todo empujaba a la melancolía al autor. El cementerio estaba cerrado por una verja, posiblemente pensada más para que no entraran animales (los jabalíes hozando por la zona podían haber dado lugar a escenas poco gratas) que no personas.
La comitiva funeraria estaba compuesta por el cura rector, Joan Gajà, por un monaguillo que portaba la cruz, tras el que venían dos mujeres, una de las cuales sostenía el cuerpo del niño recién nacido que había muerto, envuelto en telas, y dos menores que lloraban 'a llàgrima viva', lo que enterneció a los viajeros. En el pequeño cementerio, como es costumbre en la comarca (por lo que dicen) "los cadáveres eran sepultados la mayor parte de manera que la misma tierra seguía su contorno, formando como una especie de mediorrelieve del difunto". Entiendo que el agujero no debía ser muy profundo, y luego se echaba tierra sobre la persona fallecida. La poca profundidad de la tierra no debía permitir mucho más.
Tras la ceremonia, el sacerdote enseñó a los visitantes la iglesia y los objetos litúrgicos. Las visitas no debían ser demasiadas. Les muestra dos cálices uno 'bizantino' y otro del renacimiento. Un lignum crucis (es decir, una supuesta reliquia del madero usado por los romanos en Palestina para crucificar a Cristo) de plata dorado (supongo que estaba dentro la madera del envase de plata).... Habían otros objetos más que se van describiendo.
También pudieron ver 'la moreneta imatge de la Mare de Deu de la Salut', que se les dice había sido entregada por el papa Adriano II a Carlomagno, cuyo hijo la acabó trayendo a Castelldefels. El narrador, Enric Masriera, duda de la veracidad de la leyenda. En todo caso, la visión de las pinturas alusivas al momento histórico de la donación, le hacen que se lamente de la nula calidad de las mismas, que no eran ni dignas, ni formales ni adecuadas. Lo que debía ser aquello...
También vieron el libro de manuscrito de los Confrares de la Cofraria de la Verge de la Salut, de inicios del siglo XVIII.
Después hubo una visita en el entorno del castillo, sin penetrar en su interior, por lo que no tenemos datos del estado del edificio.
Describen la Torre Barona por las noticias que les dan los vecinos y como fin de viaje subieron a la torre del campanario de la iglesia, y hablan sobre el mal clima por insalubre de la zona.
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