BRIGADAS INTERNACIONALES: OCHENTA AÑOS DE HISTORIA

Hace ochenta años, a mediados de octubre de 1936, empezaron a llegar desde todos los rincones del mundo los primeros voluntarios a Albacete para apuntarse en las Brigadas Internacionales. Su recorrido no había sido sencillo. Tras, por lo general, una primera inscripción en París, después había un largo viaje en ferrocarril hacia España (del que Orwell recordaba como los campesinos franceses saludaban con el puño cerrado a los voluntarios al pasar el tren por sus tierras). Cuando la frontera se cerró, los itinerarios en muchos casos se reinventaron atravesando a pie el Pirineo hasta llegar a Figueres, y desde allí de nuevo en tren hasta Albacete (a una velocidad tan lenta que los voluntarios se podían bajar de sus vagones, coger fruta en los campos y volver a subir al tren). Tras estar alistados, a los pocos días, los reclutas, apenas formados ya como soldados, eran enviados a los frentes más duros.

Pese a que la proporción fue más o menos la normal en toda guerra, algunos de los brigadistas tuvieron miedo y empezaron a desertar especialmente tras la sangrienta toma de Belchite por las tropas facciosas y tras los duros combates por la zona del Ebro. Cerca de Barcelona y de la frontera, muchos optaron por huir de una guerra que el avance de Franco hacía ver ya como perdida. Tras tratar de alcanzar la frontera o el consulado de su país en la capital catalana, a partir de mediados de marzo de 1938 fueron detenidos y enviados al Castillo de Castelldefels por el Servicio de Información Militar de las Brigadas Internacionales. Allí, antes de acabar el mes, se juntaron con presos que habían sido detenidos por mala conducta o por motivos políticos (o por una mezcla de ambas cosas, dado que la desafección política generaba desafección militar), los cuales procedían de Albacete, tras el cierre allí de sus prisiones.

En Castelldefels se encontraron desde ese mismo mes de marzo hasta final de agosto con frecuentes malos tratos, torturas y un número no determinado de ejecuciones extrajudiciales. La República arrestó a las personas responsables de dichos actos a mediados de mayo y el primer día de septiembre de 1938.

En el castillo todo acabó para las Brigadas el 22 de enero de 1939, cuando los brigadistas lo abandonaron un par de días antes de la toma de la ciudad por las tropas franquistas.

En aquellos momentos, pese a la dureza de los combates que habían vivido y del mal trato dado a los prisioneros en los primeros cinco meses de funcionamiento del centro de detención (Casa de Prevención), un brigadista fue capaz de dibujar en las paredes del castillo a un soldado despidiéndose de España y deseando "salud y suerte mañana más" a los republicanos que se quedaban, expresando un deseo animado, solidario e internacionalista de seguir en el combate contra el fascismo, que sin duda no entendía de fronteras.

El inicio, sólo ocho meses más tarde, de la Segunda Guerra mundial, impidió que jamás pudieran cumplir con sus deseos de seguir la lucha en la península Ibérica, pese a que para la mayoría, lo vivido en España quedó firmemente anclado en su memoria de por vida.

Grafito de despedida de los brigadistas del Castillo. (Foto: R. Josa)

(arriba y abajo) Grafitos con el nombre del estadounidense Paul Wirta. (Fotos: R. Josa) e imagen de Paul Wirta, con Carl Bellows, también brigadista, tras volver a EE.UU. (Foto: Archivo Autor)



Grafito con firma del brigadista danés Simon Bodholt y retrato del mismo (abajo). (Foto: Alfonso López Borgoñoz/Archivo autor)

Brigadista danés Simon Bodholt

Grafito del Castillo de Castelldefels. (Foto: Alfonso López Borgoñoz)

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